Vallejo es un poeta henchido y su poesía no es menos gozosa. Aunque distinta a la aventura de un Ulises o de un Altazor, Vallejo en Trilce, de modo análogo a Dante: “es un aventurero que, como Ulises, pisa no pisados caminos, recorre mundos que no ha divisado hombre alguno y pretende las metas más difíciles y remotas. Pero ahí acaba el parangón. Ulises acomete a su cuenta y riesgo aventuras prohibidas: Dante se deja conducir por fuerzas más altas” (August Rüegg); tal como Vallejo se deja conducir por Inkarrí.
Hoy por hoy pareciera se ha devaluado el Vallejo político y plañidero, un tanto menos el pirotécnico verbal, para dar paso a la recepción de un Vallejo más casual – arbitrario, nihilista, lúdico, etc. – y montado en plataformas o formatos que no se restringen al de la literatura o el ensayo. Diría incluso que en la percepción internacional entre la “gente relativamente joven y culta” predomina esta última postura estético-ideológica. Aunque, por lo general, no siempre, quede la impresión de no divertirse nadie y, más bien, se marque aún más una mueca mayor de desencanto.
Utopía/distopía, sin embargo, un tanto menor en la recepción caribeña – o al menos dominicana – de la poesía de César Vallejo que les ha permitido liberarse allí, poco a poco, del monopolio de los civiles versos de Pablo Neruda: tozudo hipotexto en la poesía hispanoamericana; aunque paralelo o contemporáneo en el tiempo al de César Vallejo, anterior a la actual importancia estético-geopolítica de Trilce. Y mucho menor todavía en el caso de la recepción brasileña donde juntos, poetas y críticos, han tendido a leer la poesía del peruano, y en particular el poemario de 1922, como un performance o evento –con amplia participación del cuerpo – y no primordialmente como documento ideológico o manual sentimental. Es decir, la escritura vallejiana ha sido casi inmediatamente canibalizada en el Brasil. Sobre todo desde Haroldo de Campos y su propuesta de entender la traducción en tanto tradição-transcriaço-transculturação; hasta llegar a Amálio Pinheiro – discípulo de Haroldo – que también conecta con aquello, aunque lo profundiza y ve mucho más en detalle; entre esto, la vinculación entre César Vallejo y Oswald de Andrade.
Sin embargo, consecuentes con un testimonio de Julio Ortega, según el cual: “[Por ejemplo respecto a Trilce XXIX] el poema es, en español, más hermético y severo, más ceñido y concentrado; en la versión portuguesa resuena más vocálico y aliterativo, quizá más fluido que hierático”. Es decir, la noción (es) de las Humanidades en la cual milita el oceánico erudito Haroldo de Campos, antropocéntricas a fin de cuentas, encuentra aquí sus propios límites. Aquello de “hierático” observado por Ortega, una vez trasvasados aquellos poemas de Trilce al portugués, constituye un guiño muy significativo. Nos invita a no idolatrar o confinar en demasía nuestra lectura en el lenguaje – por más creativa que resulte la “tradição-transcriaço-transculturação” correspondiente – y abordar el asunto de otro modo; o, más bien, agregar a aquellas nociones antropocéntricas de las humanidades (“libros”, “pueblos” y “narrativas”) una adicional (“simétrica o posantropocéntrica”). Aunque no a manera de la suma de un elemento más, entre otros, sino de la impronta de uno catalizador que active un salto cualitativo, un “giro ontológico” (o de “beatitud”, según Baruch Spinoza) a nuestra lectura. Y, junto a permitirnos superar el narcisismo y el nihilismo, facilitar nuestro reencuentro con lo colectivo y con el mito, el cual: “no es nunca de su lengua, es una perspectiva sobre otra lengua” (Claude Lévi-Strauss). Noción de las Humanidades a la que, siguiendo a Eduardo Viveiros de Castro, nos animamos a denominar multinaturalista o postantropocéntrica.
En suma, convidamos con esta línea de investigación a tomar en cuenta algo que, en principio, pareciera contradecir el carácter vanguardista, aleatorio o fragmentario de aquel poemario vallejiano. Acaso Trilce no sea un poemario vanguardista; aunque sin dejar de ser un “manifiesto” vanguardista. Es decir, existiría en la poesía de Vallejo, en acuerdo con la red oximorónica constante y predominante en todo el libro – y a varios niveles: prosódico, léxico, sintáctico, estructural – una lectura correcta; obligatoria pero no reductiva; ni tampoco menos histórica-míticamente reinvindicativa. Puntualizamos, no “sólo” en tanto real politik, respecto al binomio utopía/distopía, ni circunscrito geográficamente a América Latina. Vallejo el cual, estando en Europa, percibió su entorno como si no fuera él el migrante o el provinciano y sí, más bien, a tono con su vocación intergaláctica, un ciudadano del universo. Tal como nos lo ilustra Guido Podestá: “El objetivo de Vallejo [en Europa] es, más bien [de modo semejante a Brassaï (Gyula Halász) y André Kertész], hacer folklore de lo moderno […] En los tres prima la concepción de que el arte tiene – como lo pensaba Baudelaire – dos mitades. La modernidad era tan sólo una de esas mitades. La otra mitad era aquello que era ‘eterno e inmutable”. Ergo, en percatarnos de lo que es “eterno e inmutable” en Trilce, y en ensayar una específica teoría y metodología de acceso a ello, consistiría la actual línea de investigación.